miércoles, abril 25, 2007

COMO DIRIA EL SABU: ¡SEAN FELICES!

El culto a la vida, la juventud, la salud, el bienestar y la felicidad inundan nuestra vida, así que comúnmente resulta difícil hablar sobre la muerte sin ser tachado de inoportuno. Es miércoles, por favor, no me hables de la muerte ahora. Y mañana tampoco.

Muerte, mal plan. Paso sin ver. Quiero sensaciones, estímulos, sentirme vivo, ir al cine, leer la página de deportes, un concierto, viajar, comer en un bufet. Como diría Germán Dehesa, hoy no toca. Es lógico. Nunca hay tiempo para este asunto al que esquivamos como a un acreedor.

No es mi intención amargarles el día. Todo lo contrario. Quisiera abordar una cuestión que a todos nos pasa por la cabeza, pero que también todos rechazamos: que algún día vamos a morir. Y es que todo el mundo sabe que un día morirá, pero casi nadie se lo cree. Es cierto. Piénsenlo. Contamos con que algo evitará nuestra muerte; no sabemos qué, pero algo, porque no nos imaginamos ajenos a nosotros mismos. Vivimos esta vida como si llevásemos otra en la maleta, dijo Ernest Hemingway.

Inmortales. Me gustaría hacer una pregunta extraña: ¿de qué sirve morirse? Responder no es sencillo. Así que pensemos lo contrario: que, a pesar de envejecer, no nos muriésemos nunca (como en Las intermitencias de la muerte, de José Saramago). Imaginemos una existencia sin final, levantarse día tras día sabiendo que siempre habrá un mañana, que no se podrá dejar de respirar, de trabajar, de enfermar y sanar. Una vida sin final sería insufrible porque nadie puede escapar a la insoportable levedad del ser, como dijo Kundera. Sólo soportamos 'ser' si algún día habrá un ‘no ser’.

La muerte, entre muchas otras funciones, tiene la misión de dar sentido a la vida. Una vida sin final sería una vida sin sentido. Morir supone un compromiso con nosotros mismos. No hay segundas oportunidades, porque la vida no es un ensayo, la vida es una obra de teatro de una única representación y por eso vale tanto la pena. Es probable que las personas con mayor grado de consciencia sobre la certeza de su muerte sean las más realizadas: se entregan en mayor medida a lo que les llena. La vida no es un ensayo, así que no la desperdician.

Sin embargo, algo nos lleva a la eterna pregunta de si hay algo después de la muerte. Es algo que tarde o temprano nos preocupa a todos. Aunque no acabo de entender por qué. Me explicaré: cuando nos muramos, pueden pasar dos cosas: a) que no haya nada, y b) que haya algo.

En el primer caso significa que se acabó. Fin. Game over. Se acabó tú, se acabó yo, se acabó todo. Si después no hay nada, la única pregunta que tiene sentido formularse es si uno modificaría su vida actual. Piensen la respuesta. Imaginen tener la certeza de que tras la muerte no hay nada más. ¿Viviríamos diferente?, ¿cambiaríamos nuestros valores?, ¿nuestra moral?, ¿cambiaríamos de pareja? ¿nos convertiríamos en alguien irresponsable? La verdad, creo que no, que seguiríamos siendo más o menos igual de buenos, malos, generosos, egoístas, tristes y alegres. Si vivimos del modo que vivimos es porque así tendemos a sentirnos bien. Lo que uno desea es estar bien consigo mismo y, basándose en eso, actúa. La segunda opción es que haya algo tras la muerte: reencarnación, resurrección, unión con Dios, paraíso o infierno. Sin embargo, no lo podremos averiguar hasta que muramos, así que lo mejor es esperar y, mientras, vivir como mejor nos sintamos, estar bien con nosotros mismos, que es lo que ya hacemos y lo que haríamos si no hubiese nada tras la muerte.